El diagnóstico del loco

Jueves, 09 de Octubre del 2025 - 15:41 hs.

El hombre mira el paisaje futbolístico y no ve gloria, sino ruinas futuras. Desde un auditorio en España, lejos de los ruidos mundanos del mercado de pases y de la cháchara insustancial, Marcelo Bielsa decidió ejercer de forense del juego que lo apasiona y lo obsesiona. Su dictamen es grave, pronostica una enfermedad terminal si no se cambia el rumbo. El fútbol, advirtió, ya no es el mismo y su reinado está seriamente amenazado.

La primera señal de alarma que enciende es cultural, un cambio de hábitos que vacía de sentido el espectáculo. “Hoy se ven los highlights, nadie ve los partidos”, sentenció. Esa frase, simple y brutal, describe una era de consumo rápido, de atención fragmentada por un exceso de estímulos. Los noventa minutos, con su trama de tensión, errores y momentos de lucidez, son comprimidos en un video de tres minutos. Se perdió la época de la paciencia, de la narrativa completa. El partido como historia ha sido reemplazado por el gol como spoiler.

El segundo síntoma es económico, pero con una raíz mucho más profunda. Bielsa desmenuza la lógica del mercado: “Los jugadores valen fortunas porque cada vez hay menos que sean buenos y hay más plata disponible”. No es solo una cuestión de inflación. Es un problema de base, de formación. El estratega rosarino apunta al corazón del asunto: la genética y, sobre todo, la pasión. “Las opciones que tienen los jóvenes sustituyen y dejan muy poco tiempo para lo que el fútbol exige”, analizó. En un mundo de pantallas y distracciones infinitas, el sacrificio que demanda la maestría futbolística encuentra cada vez menos vocaciones dispuestas a asumirlo. El resultado es una élite cada vez más pequeña y, por lo tanto, más cara.

Pero el punto más álgido de su crítica es hacia la maquinaria que devora a su propio producto. Bielsa describe un fútbol convertido en una “dimensión industrial tan grande que el juego es peor”. Denuncia la falta de protección hacia lo esencial: el espectáculo mismo. “No se respetan los tiempos de descanso, la pretemporada, la precompetencia ni la preparación”. Y entonces lanza su dardo más filoso, apuntando directamente al Mundial de 2026 en Norteamérica. Lo define como el ejemplo máximo de esta lógica suicida: un torneo que llegará tras un fin de temporada agotador, sin pretemporada, “sin vacaciones y sin poder preparar el campeonato del mundo jugando con una temperatura infame”. Su conclusión es lapidaria: “¿Usted qué hace? Empeorar el producto”.

Con la coherencia de quien ha construido una vida alrededor de un ideario, Bielsa desnuda la paradoja final. El negocio, en su ambición desmedida, está socavando la esencia misma que lo hace rentable. “Si usted empeora el producto, lo que hace es que cada vez les guste menos”. Esa es la ecuación perfecta del fracaso: confundir la distribución de “cifras siderales, obscenas” con un crecimiento genuino. Mientras tanto, el fútbol, el juego, el arte, queda “absolutamente desprotegido”.

En medio de este diagnóstico sombrío, hubo espacio para un reconocimiento. Con la claridad que lo caracteriza, nombró a Pep Guardiola como “el mejor entrenador del mundo” desde su propia mirada analítica. Pero incluso en el elogio, Bielsa fue Bielsa, marcando el defecto que, a su juicio, el catalán tuvo que superar. Una lección mínima dentro de la lección máxima: hasta los genios evolucionan. Una verdad que el fútbol global, en su carrera desbocada hacia ninguna parte, parece haber olvidado por completo