El sueño a escala

Miercoles, 17 de Diciembre del 2025 - 12:15 hs.

En un rincón del mundo, un argentino ha construido un universo en miniatura donde caben la historia del automovilismo, el mito de un superhéroe y el pulso de una pasión obsesiva. Se trata del primer museo privado a nivel global dedicado exclusivamente a autos a escala 1/43 y 1/18, una idea monumental que alberga 22.000 piezas y que tiene como epicentro una navegación por el universo de Batman de 1966. Su creador es Sergio Goldvarg, un nombre que resuena entre coleccionistas de los cinco continentes, poseedor de dos récords Guinness y fabricante de una línea de modelos que es emblema de fineza y detalle.

La travesía comenzó en el barrio de Barracas, hace más de cinco décadas. Con apenas cuatro años, Sergio descubrió los autitos Matchbox en un quiosco. Un camioncito de bomberos fue la primera pieza de un tesoro que nunca dejaría crecer. Mientras otros niños jugaban en la tierra, él los exhibía en estantes, como un curador precoz. A los seis, un Jaguar D-Type en escala 1/43 terminó de sellar un destino. El dinero de la merienda se transformaba en modelos nuevos, que desarmaba con avidez para entender su mecánica, en una autoformación que fue el germen de su futuro.

La evolución de coleccionista a fabricante fue un salto artesanal audaz. En los 80, tras una incursión en la juguetería plástica con "Miniturbo", Goldvarg se sumergió en el desafío del "White Metal". Sin conocimientos previos, adaptó una chimenea de barro comprada en un desarmadero del Puerto de Buenos Aires para crear una centrifugadora, experimentando con aleaciones de metales en un garage. El primer fruto de ese alquimista moderno fue un Oldsmobile Starfire 1957, una pieza que hoy considera entre las más valiosas de su colección. Así nació la Goldvarg Collection, una serie de modelos de altísima gama producidos primero en Argentina y luego, forzosamente, en Inglaterra tras el éxodo que provocó la crisis del 2001.

Ese año fue un parteaguas. La imagen de los saqueos, vista a través de los ojos de sus hijos pequeños desde el auto familiar en Tigre, lo persigue aún. El desabastecimiento de materias primas sumó otra razón para la difícil decisión de emigrar a Miami. Pero la argentinidad no se perdió en el camino. La colección guarda un lugar protagónico para el Turismo Carretera, con cientos de miniaturas, y su corazón late fuerte por el legendario Trueno Naranja de Carlos Alberto Pairetti, al que le dedicó un libro escrito a base de entrevistas y archivos personales.

El museo, sin embargo, no solo es automovilismo histórico. Tiene un altar para la cultura pop: un Batimóvil original de la serie de 1966, basado en el Lincoln Futura de Ghia. Adquirirlo fue una misión de casi diez años que culminó con un viaje sigiloso a California y una sorpresa épica para su familia: el vehículo llegó a la puerta de su casa en Buenos Aires transportado por un camión del Automóvil Club Argentino.

La vida de Goldvarg también tuvo carriles paralelos. Fue periodista especializado en la revista CORSA durante doce años, donde entrevistó a Juan Manuel Fangio –que lo invitó a su casa en Balcarce– y a leyendas como Niki Lauda, Alain Prost y Michael Schumacher. Hoy, esa faceta se mantiene viva en el asombro compartido con su hija Kati, con quien viajó a Silverstone este año para alentar a Franco Colapinto y vivir una anécdota cómplice con el piloto argentino.

El museo es la cristalización de un sueño de niño. Un espacio donde conviven la precisión de un Porsche 917 de Le Mans, la leyenda de un Ford Falcon de TC, la extravagancia del Batimóvil y la memoria de un país. No es solo una exhibición de juguetes; es un archivo material de una obsesión que superó fronteras, crisis económicas y desafíos industriales. Sergio Goldvarg no solo juntó autitos. Construyó, pieza a pieza, a lo largo de una vida, un monumento al coleccionismo. Y le puso, en el centro, un faro de la cultura que lo formó: la Argentina, a escala pero con dimensión de gigante